Nana

Nana

En un murito dejé
un pedacito, un latido,
por si quisieras volver
otro verano conmigo.

Si lo tomase otra vez
habría brotado un castillo
y las nanas de tu piel
me brindarían cobijo.

En aquel muro bordé
un refugio compartido.
Juntos, ángel, un edén.
Nuestra orillita del río.

*Foto tomada por Arena en una autopista cántabra.

Atentamente

Uno que camina

La voz (paisaje)

La voz y el canto

A veces sueño con que canto en la vereda. Sueño que canto sin voz, la que no tuve, con las alas de mi ángel cubriéndome la silueta y con un freno sobre el tiempo y sobre el cuerpo de las cosas. Recostándome en los márgenes de todo. A veces sueño con que no hay nada más que un suelo infinito de piedras irregulares y que la espuma del mosto se derrama en vasos de cal pringando de risa la silueta de las cosas. Cómo se habita una casa. Sueño con ese perfume de alacena cerrada liberando su densa espera sin prisa sobre mi olfato. Como quien narra una historia sin trama. Como el que muestra con un gesto un paisaje. Como quien se tiende y no aguarda a nada. A veces sueño con tanto, pero… ¿qué hay tatuada en la espalda de los sueños?

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El cabo (paisaje)

El cabo (paisaje)

Cabo de San Juan de la Canal (Liencres, Cantabria)

Desde las cabañas, con el mar del norte al costado de las lomas, se oye retirarse a las aguas, incansables, con un botín de piedra y de facciones. Practica la escultura inversa. El oleaje persevera golpeando, tallando, corrigiendo la identidad de las rocas, mientras sus rostros se abandonan a la sal de la indiferencia. Así quedarán ellas cuando les priven todo de sus grietas, de sus cicatrices, de sus aristas: indiferentes. Con el tiempo, las rocas se resignan y quedan lisas, mudas, como aquellos que contemplan su lucha desde la orilla. De vez en cuando, una procesión de luces atraviesa con calma esa frontera que separa a las olas de los vientos brindándonos, por si acaso, un motivo para cruzar nuestras palabras.

Tiene por nombre, me dicen,

todos los que ya ha robado,

aunque en la orilla los deje

cuando su letra ha gastado.

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La fuente (paisaje)

La fuente (paisaje)

Coro de grillos. Luz. La muerte aproximando sus señales. En el camino hacia la puerta de la fuente, el mediodía graba un infierno particular en cada piedra, acatando cada norma del verano. Ríos de vida negra viajan de cráter en cráter transportando los preceptos del invierno y, a los lados, los plátanos lanzan sus ramas en lo alto. Pequeñas obreras trepando las copas para luego regresar hacia su cráter. Pacientes. Conformes. Sumisas. El año amarillea en la villa y el valle sin pausa, se recalienta. Y la puerta de la fuente no se abre y no impide que se aleje quién se acerca. Sed. La sed. En cuclillas y a la sombra desespera. En sus ojos se escurre el último destello de sus fuerzas.

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En el cerro (paisaje)

En el cerro (paisaje)

El camino trepando por el cerro de la parroquía: suelo enlosado en piedra tallada, pasamanos heridos por el tiempo y un horizonte de tejas. Cal en las fachadas. Una farola en el ombligo de la plaza.

El campanario corona el cerro. Un silencio se posa sobre la aldea cuando, de pronto, restalla el aleteo de las aves que la pueblan. El camino la atraviesa con su lanza y desemboca en su vientre de costado. Un juego de crisoles y de nubes refleja cristales en las laderas mientras el borboteo de un arroyo circunda la silueta del silencio. El día se escurre del rosa al ámbar sin pensar en el trayecto. Noche de cigarras.

Y en el tablero del llano

donde abanican trigales

unas cuerdas van pulsando

canciones que nadie sabe.

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