Tambores

Tambores

Sobre la piedra del porche
-allí donde sólo apoyan
las huellas que ya no pisan-,
se acerca contando los pasos
el viento con su cuchilla.

Viles, las botas de la prisa
baten tambores
mermando el hueso
-¡insano el miedo!-,
hollando fosas,
cargando el tiro…

Y calla la sierra del grillo
sobre el serrín de mi pecho.

Dejo los sueños a un lado.
Ahora, preso de ese tiempo
-deuda-
cuento en la piedra del porche
mil minuteros perdidos.

Reo, cargo el ocaso a la espalda
-ámbar de joroba-
y hoy que me siento en la piedra
chilla un reloj sin palabras.
Qué.
La guerra que no concediste.
Tú, desacato: armisticio.
Porque el deseo no olvida.
Y es que es la sed un cuchillo…

Calla la sierra del grillo
sobre el serrín de mi pecho.

Mitad luto, mitad guerra,
gélido chorro me vierto
-soy a la vera del viento-
el deslizar de la arena.
Hoy, en el mármol del porche
truenan un deseo de ausencias
-y en mi joroba, un ocaso,
es de la sed las pavesas.

Y en el serrín de mi pecho
hinca el reloj su cuchillo.

Atentamente,

Uno que camina

La altura

La altura

Escalar no te hizo ave. Trepar la roca no te acercará al aire, ni a la luna, ni a la altura. Tu corazón quedó reo de la tierra.

Escalar nunca fue cosa de aves. Las aves navegan. Y por más que se aventure el perro a las alturas, siempre pertenecerá a los charcos y a su cieno. Porque su corazón, canción de huesos, sólo sabe a roca seca y polvo y tierra.

Por más que arañe la roca y le ladre a su sombra, no hallará consuelo, porque no hay lugar para la gramática del aire en el granito de sus huesos.

Vuelvo, tras mis huellas, sin manada, a olisquear un breve réquiem de escaladas, coleccionando fragmentos de esqueleto, por si pudiera construirme nuevas alas con los restos del crujir de mis caídas.

Pero no. Por más que trepes, perro, jamás podrás ser ave. Tu olfato no aspira a las estrellas. Por alto que mires y aúlles a tu luna, siempre quedarás lejos: y es que la lengua del astro no es bienvenida entre fieras. Hay voces que nunca se cruzan. La altura, piel de huesos, jamás fue asunto de esas cumbres a las que tus patas se afanan en encaramarse.

La altura, pardo perro, siempre la dieron las alas, y escalar no te dará una canción de plumas.

Y no entretengas a los vientos con tus bromas. Tu corazón siempre será de roca y tierra.


Atentamente,
Uno que camina

En la grieta

En la grieta

En la grieta está lo frágil,
carcelero…
en la grieta está lo fértil.

En ese elemento sutil
-donde la balanza
se ha inclinado a los vacíos-,
trazó su marcha el funambulista
con el tímido no-ser
del que ya cansó su nada.

El sendero de lo fértil
como descenso al mar
de grietas, donde flotar,
nunca se dio por sabido.
El placer de la tormenta
es un dormir contraído
y un alhelí en primavera
es lo que esfuerzo es al frío.

El color es el hartazgo de la espera
y, en ese elemento sutil
-cuando la balanza
reconoce que ha caído-,
el negro marca su marcha
de ciego funambulista
con un sólido ceder
del no-ser que nunca quiso.

En el ocaso, la belleza se confunde
con una ficción en la noche
y el saber de que en la grieta
se cobija lo más fértil.
Bendito sea tu don, amiga vida.

Hoy que la balanza se pronuncia
y que mi alma se nos fuga
aprendiendo el alfabeto de la soga…
desaté la fértil voz de grieta muda.
Cuéntame ese cuento
carcelero de lo oscuro.
Cuenta con el tiempo
que llegó la noche frágil.

Antonio Navarro Vázquez

Otros poemas inéditos en el blog:

Cuál es: https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/07/09/cual-es/

Al sueño en fuga (décima): https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/12/10/al-sueno-en-fuga-decima/

Nada: https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/09/14/nada-hay/

Atentamente,

Uno que camina.

Un año, abuelo

Un año, abuelo

Hace un año, abuelo, te despediste de nosotros. Parece que te estoy viendo. Estás en la cama, respirando tu último descanso, allí, donde hubieras querido, con todas las sílabas de tu legado conteniendo la respiración dentro de tu alcoba. Era la noche. Es inútil que te hable de lo que vi, pero si algo es cierto, es que hay veces que el agua que corre, sana. Y si no lo hace, estando donde estamos, probablemente no es peor el desconsuelo.

Dos días antes, tu hija, que también es mi tía, me llamó para avisarme de que el médico había dado la noticia. Mi padre ya estaba en la casa. Fue entonces que el tiempo se detuvo y pasado, presente y futuro se congregaron en silencio dentro de los huesos de tu cuarto. Sin estar, estábamos todos, y lo que yo vi, seguramente, poco tenía que ver con lo que pasaba: yo te miraba sentado en el patio, junto a mi hermano y mi abuela, con los ojos fijos en el televisor en una tarde fresca de verano. Estábamos también en el salón, con mi brazo sobre tu hombro, delirando juntos sobre un futuro que no prometía tregua. Y qué razón llevabas. Los fantasmas de todos los gatos que custodiaron tu casa también hacían guardia aquella noche. Tú estabas sobre el tractor, cabalgando horas y albas de arcilla y centeno, mientras yo empapaba un trapo en agua para escurrírtelo en los labios, para que no te olvidases del último aliento de la vida. Yo, que no era un niño, estaba frente a ti, que si lo eras. Y tú, puro marfil, asentías murmurando despedidas.

            ¿Quién puede entender que es la muerte cuando el cuerpo está caliente y después de todo marcha? ¿Qué significa eso de que hoy no existes? ¿Es qué no va a haber un reencuentro? Este año, en el año de la muerte, de la soledad, del desengaño, la distancia, la resiliencia y la espera, todo es más extraño al sentido que nunca. ¿Qué mierdas es eso de la muerte cuando el recuerdo persevera? La distancia. La muerte es la distancia. Tú te olvidaste te todo, y mira, estabas más vivo que nunca. Hiciste bien las cosas, abuelo, porque ni la muerte te ha sacado de la vida.

            Hace un año que estamos solos y desde entonces todo se ha vuelto en contra todo el mundo. El mundo de ahora es solo miedo. Sabes, a veces creo que el mundo te ha respetado hasta el último momento y que las calamidades aguardaban a que te marcharas como un ladrón que espera a que el guarda se duerma. Por otra parte, a veces pienso que ha esperado a que marchases para ahorrarte la indigestión de los últimos meses. Quién sabe. Ya te lo he dicho alguna vez, tu legado se ha esparcido por la tierra y un mal ha prohibido los reencuentros. Precisamente tu mayor ilusión, el que podamos estar reunidos en la mesa todos juntos siendo casa, es el único deseo que no podemos concederte. Qué rabia, abuelo, qué rabia no poder llorarte y reírte en el calor de la compañía. Todavía te estoy viendo, yo siempre te veo, abuelo. Pero bueno, aun así, estoy contento. Nuestra mayor alegría es que te fuiste siendo un niño, dormido en tu cuna y viviendo tu infancia allí en el sitio que te vio crecer y hacerte hombre. Ese será mi consuelo.

Tu huella está impresa en nuestra tierra. No nos olvides. Nosotros no lo hacemos.

Atentamente,

Uno que camina

Al sueño en fuga (décima)

Al sueño en fuga (décima)

Entre las olas del sueño
hallé una joya –que a medias
latía buceando mareas-
en busca de pálpito y dueño.
Y yo, que a veces me empeño
en ser cazador de centellas,
eché el corazón tras su estela
para enredarla en mis brazos.
¡Ay qué desvelo el flechazo
de amanecer hoy sin ella!

Antonio Navarro Vázquez

Lienzo de cabecera «La estrella» de Edgar Hilaire Degas


Atentamente,

Uno que camina

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