Un año, abuelo

Un año, abuelo

Hace un año, abuelo, te despediste de nosotros. Parece que te estoy viendo. Estás en la cama, respirando tu último descanso, allí, donde hubieras querido, con todas las sílabas de tu legado conteniendo la respiración dentro de tu alcoba. Era la noche. Es inútil que te hable de lo que vi, pero si algo es cierto, es que hay veces que el agua que corre, sana. Y si no lo hace, estando donde estamos, probablemente no es peor el desconsuelo.

Dos días antes, tu hija, que también es mi tía, me llamó para avisarme de que el médico había dado la noticia. Mi padre ya estaba en la casa. Fue entonces que el tiempo se detuvo y pasado, presente y futuro se congregaron en silencio dentro de los huesos de tu cuarto. Sin estar, estábamos todos, y lo que yo vi, seguramente, poco tenía que ver con lo que pasaba: yo te miraba sentado en el patio, junto a mi hermano y mi abuela, con los ojos fijos en el televisor en una tarde fresca de verano. Estábamos también en el salón, con mi brazo sobre tu hombro, delirando juntos sobre un futuro que no prometía tregua. Y qué razón llevabas. Los fantasmas de todos los gatos que custodiaron tu casa también hacían guardia aquella noche. Tú estabas sobre el tractor, cabalgando horas y albas de arcilla y centeno, mientras yo empapaba un trapo en agua para escurrírtelo en los labios, para que no te olvidases del último aliento de la vida. Yo, que no era un niño, estaba frente a ti, que si lo eras. Y tú, puro marfil, asentías murmurando despedidas.

            ¿Quién puede entender que es la muerte cuando el cuerpo está caliente y después de todo marcha? ¿Qué significa eso de que hoy no existes? ¿Es qué no va a haber un reencuentro? Este año, en el año de la muerte, de la soledad, del desengaño, la distancia, la resiliencia y la espera, todo es más extraño al sentido que nunca. ¿Qué mierdas es eso de la muerte cuando el recuerdo persevera? La distancia. La muerte es la distancia. Tú te olvidaste te todo, y mira, estabas más vivo que nunca. Hiciste bien las cosas, abuelo, porque ni la muerte te ha sacado de la vida.

            Hace un año que estamos solos y desde entonces todo se ha vuelto en contra todo el mundo. El mundo de ahora es solo miedo. Sabes, a veces creo que el mundo te ha respetado hasta el último momento y que las calamidades aguardaban a que te marcharas como un ladrón que espera a que el guarda se duerma. Por otra parte, a veces pienso que ha esperado a que marchases para ahorrarte la indigestión de los últimos meses. Quién sabe. Ya te lo he dicho alguna vez, tu legado se ha esparcido por la tierra y un mal ha prohibido los reencuentros. Precisamente tu mayor ilusión, el que podamos estar reunidos en la mesa todos juntos siendo casa, es el único deseo que no podemos concederte. Qué rabia, abuelo, qué rabia no poder llorarte y reírte en el calor de la compañía. Todavía te estoy viendo, yo siempre te veo, abuelo. Pero bueno, aun así, estoy contento. Nuestra mayor alegría es que te fuiste siendo un niño, dormido en tu cuna y viviendo tu infancia allí en el sitio que te vio crecer y hacerte hombre. Ese será mi consuelo.

Tu huella está impresa en nuestra tierra. No nos olvides. Nosotros no lo hacemos.

Atentamente,

Uno que camina

Al sueño en fuga (décima)

Al sueño en fuga (décima)

Entre las olas del sueño
hallé una joya –que a medias
latía buceando mareas-
en busca de pálpito y dueño.
Y yo, que a veces me empeño
en ser cazador de centellas,
eché el corazón tras su estela
para enredarla en mis brazos.
¡Ay qué desvelo el flechazo
de amanecer hoy sin ella!

Antonio Navarro Vázquez

Lienzo de cabecera «La estrella» de Edgar Hilaire Degas


Atentamente,

Uno que camina

El reverso del nombre

El reverso del nombre

Hay veces que el mar queda. La fe en el mar es, probablemente, la confesión más practicable. ¿Cómo no iba a serlo? Es difícil no ceder a los meandros de su embrujo: su rítmico, constante alzarse y descender nos susurra una verdad profundamente indemostrable. A pesar del oleaje, todo permanece estático. Inmóvil. ¿Cuál es ese deseo que late en el fondo del océano?

            Hay veces que el mar queda, pero yo, hoy, encadenado a mi condición de tripulante del desierto, me proclamo líder del oleaje que desconfía de su eternidad preconcebida. Yo, ancla dormida en la cofa, máximo temedor de lo insondable, me declaro en guerra contra todos los que creen que el mar es siempre el mismo, aunque sus aguas evaporen. No hay mayor polimorfo que el océano. Él me lo ha dicho. Lo he leído en el reverso de su nombre: con cada ola… ni yo mismo soy capaz de reconocerme. ¿Cómo defenderme de mi mismo si mis manos son de otro? Llora. Llora y con cada lágrima…

            Hay veces que el mar queda, y es más por azar que por afán de constancia. ¿Quién, dime, quién orquesta lo que no se presta al des-olvido? Probablemente, un temor revestido de deseo. He prometido no moverme de mi duna hasta que todos los que creen en que el mar queda me juren no volver a equivocarse. Ya no sé cómo decirlo: lo he leído en el reverso de su nombre. Con cada letra… ¿Cómo terminar con su lectura? Y, sin embargo, siempre contra él, todos contra el mar, ellos con el mar, y yo, le miro y sabiendo que se marcha, lo retengo en la mirada y lo imagino frente a mí, como un titán al que debo derrocar, cuando solo en el espejo de su forma se contrae sin remedio en mis palabras. Aguarda:

            Yo soy quien lo sostengo.

            Hay veces que el mar queda. Y si queda es porque el mar se ha dormido en el poso de mi rabia y, sabiendo que no existe, yo mismo lo cuido y lo conservo. Mi fe en el mar es, probablemente, impracticable. Pero yo, anclado en la cofa del desierto, he echado el ancla y he prometido doblegar a los que duden de la existencia del motivo de mi lucha. ¿Están ciegos o se inclinan a su embrujo?

            Hay veces que el mar queda. Cómo no quedarse. A pesar del oleaje, del más grande enemigo del mar que es el oleaje, ese maldito que transforma el tamaño de sus letras y desordena sus cadencias, queda. Su superficie varia como la nota de melodía que no acaba. Él se filtra por el hueco de su nombre para dañarlo con su ruido, con su vaivén constante, con su canción y con letras, como una oración eterna, desde dentro… hacia fuera.

            Hay veces que el mar queda. Mi cofa se ha desarmado y me he declarado hecho póstumo. Mis ojos se han perdido y ya no hay mar a la vista. Lo he visto en el reverso de su nombre. Pensé que no hay mar en el mar, solo oleaje, y enfrentándome a él me enterré bajo su espuma. No hay mar. Solo oleaje, cruel y atroz oleaje, calamidad de las olas. El caos, y la letra es ilegible. Y ahora, después del vendaval, después de la lucha, la gloria y el desastre. Ahora… ¿Cuál es el deseo que late en el fondo del océano?

Atentamente, uno que camina

Inocencia (Ángeles y condenas)

Inocencia

La luz se asoma
y por el ventanal
dibuja la silueta de tus dedos:
hoja de higuera
y manantial de marfil
cubriendo suavemente
el perfil
de mi desvergüenza.
Allí, en paraísos sin fin,
huyendo de toda conciencia.

*Poema incluído en mi poemario «Ángeles y Condenas». Este es el 5º de los caprichos de la obra. Aquí os dejo la puerta:

Otros poemas de Ángeles y Condenas:

Himno: https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/08/12/himno-angeles-y-condenas-2/

Condena: https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/08/04/condena-angeles-y-condenas-2/

Para ti robé: https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/07/27/para-ti-robe-angeles-y-condenas/

Atentamente

Uno que camina

Voz de acuarela (I)

Voz de acuarela (I)

Del cruce de paletas
que los colores prestan
a la deriva y los mares
brotan distintos navíos.
Quietos, amables, constantes.

Brotan a la merced
de la brocha del capricho,
pero en ninguna otra parte.
Tenues, rebrotan del agua
y roban sus tonos vivaces
del vientre de quien los pinta.

Lo fugaz se torna necesario
ante el cruce de pinceles en las olas.
Un grumo de permanencia del instante.
Como un abanico de flores
en una pared de retales
donde se cruzan colores
para el deseo de alguien.

La obra sigue su curso
a la espera que el tiempo seque
y sea otra capa quien hable.
Los barcos cabecean en el blanco.
Parados. Perennes instantes.

Mares de miles de tonos anclados en viajes dispares.

Antonio Navarro Vázquez


Otros poemas inéditos en el blog:

Cuál es: https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/07/09/cual-es/

Lluvia y sueño: https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/08/10/lluvia-y-sueno-san-lorenzo/

Nada: https://angelesycondenas.wordpress.com/2020/09/14/nada-hay/

Atentamente,

uno que camina.

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