“¿Por qué no?”, pensó, hundiendo unos dedos sin fe en el barro. Y el viento trajo del norte un soplo de silencio
“¿Fue así siempre?”, se dijo. Y cerrando los puños, arañó la roca firmando con su duda el vientre de la tierra. Y el viento trajo del sur la caricia de un lamento.
“¿Para qué?”, tembló, y un espasmo se apoderó de ella. Sus manos se arrancaron el cabello y risas de barro en cascadas le prestaron una máscara. Y el viento trajo del este el siete de un nuevo regreso.
“No hay perdón”, aulló su pecho. Y su vientre y su cabello entonaron un réquiem sin sonido. La arena hizo callar a los años y un océano devoró las tempestades. Nadie sobrevive al tiempo. Abatida, sus rodillas besaron el barro y dobló un eco de abandonos. Solo la roca se pronunció mientras el viento del oeste trajo al fin noticias del ocaso:
“Descanse en Paz”
Pero el corazón no descansa para siempre.
Uno que camina